Yo también dije alguna vez: "El Kéfir NO ES PARA MI".
Lo probé por insistencia médica, por esos consejos que llegan cuando uno ya no sabe a quién creerle: después del COVID, mi cuerpo no volvió a ser el mismo. Me defendía como podía, entre malestares estomacales y gripas frecuentes que parecían no tener fin.
Un amigo médico me habló del kéfir, y como muchas veces pasa en la vida, fue otra amiga quien me consiguió los primeros gránulos: esas extrañas florecillas blancas que parecen coliflor, y que guardan en su interior una promesa antigua de salud. Empecé a prepararlo y a beberlo.
Aunque comencé con entusiasmo, pronto me rendí.
El sabor me resultaba agresivo, el olor también. Y lo peor: lejos de sentirme mejor, me inflamaba. Era como si mi cuerpo se resistiera a ese "regalo". Pero mi amigo médico no se rendía. Me decía: Insista que eso es lo que usted necesita, recuerdo que su frase era “Su Flora se lo agradecerá”. Y yo, entre la duda y la terquedad, empecé a investigar.
Fue en una de esas noches de búsqueda sin rumbo, que encontré un artículo donde alguien hablaba del kéfir en crema. Decía que su sabor era más amable, más fácil de consumir, y que a muchas personas les pasaba lo mismo que a mí: se inflamaban del estómago por consumir mucho. Yo no sabía que el kéfir líquido solo debía consumirse una vez al día. En cambio, en su versión en crema (sin el suero de la leche), se puede consumir durante el día. ¡Y felicidad! Encontré en esta versión una nueva forma de reconciliarme con mi salud.
Esa fue mi puerta de entrada al kéfir en crema.
Lo preparé. Lo probé. Y fue como volver a casa.
Me supo a queso costeño, de ese que comía de niño en las arepas del desayuno. Pero esta vez, sentí algo más. En ocho días, mi estómago se tranquilizó. Podía comerlo a cualquier hora. Ya no había lucha, sino placer. Y así nació lo que hoy se llama MiKefir en Crema.
No fue solo mi cuerpo el que cambió. Fue mi casa. Mis hijos, mi esposa, incluso mi perro José Manuel.
Mi hijo mayor, que se enfermaba seguido del estómago, no quería saber nada del kéfir bebible. Pero un día le preparé MiKefir con orégano y una pizca de sal. ¡Y de nuevo felicidad! Su cara lo dijo todo. Le encantó. Y desde ese día, MiKefir es parte de su rutina.
Mi hija, deportista y amante del yogur griego, lo adoptó sin esfuerzo: ahora lo mezcla con frutas y granola en las mañanas. Es su compañero de energía.
Mi esposa fue el reto más delicado. Tradicional, sensible a los olores. Pero su amor por la arepa con queso nos dio la clave: reemplazamos el queso por MiKefir en Crema con sal. Hoy, es parte de su desayuno. Y lo más bonito: ya no es solo algo que "tolera", sino que espera.
Hasta José Manuel, nuestro perro, lo disfruta. Le encanta. Y está más saludable que nunca.
Lo que empezó como una búsqueda personal, se volvió una revolución doméstica. En reuniones familiares, amigos me pedían probar ese "kéfir que usted hace" que sabía tan bien. Y cuando me preguntaban cómo se llamaba, no podía evitar sonreír y decir: MiKefir en Crema.
Resulta que luego de estar consumiendo rutinariamente MiKefir, mi esposa me insistía que lo vendiera, que a mucha gente le interesaría. Pero la verdad, yo no creía en eso. Y fue el año pasado que ella me insistió hasta convencerme de participar en una feria artesanal en Bogotá. Yo nunca había hecho nada de eso, pero cerré los ojos y me puse a elaborar una cantidad más grande de lo que hacía normalmente. Ella, junto con mis hijos, diseñaron el logo, los empaques y las etiquetas. Y yo, incrédulo, participé. Fueron dos días fantásticos. Conocí a muchas personas que les encantaba lo que yo estaba haciendo, me hacían sugerencias, me dieron sus números para que les enviara información. ¡Y de nuevo felicidad! Vendimos todo y conseguí muchos amigos interesados.
Hoy no solo elaboramos el original, sino que lo hemos convertido en helados cremosos de fresa y banano, trufas de chocolate rellenas, pai de limón y maracuyá. Y todo nace de esa intuición: que la salud debe saber bien. Que el cuerpo no se cuida a la fuerza, sino con amor.
Mi sueño es que MiKefir en Crema sea conocido como un probiótico orgánico y natural, hecho con amor, paciencia y de forma bioartesanal, hecho para toda la familia, incluidas las mascotas.
Porque la salud no debería ser una obligación amarga. Debería ser un ritual de sabor. Un gesto cotidiano de placer y bienestar.
Y así, quizá, algún día, muchos que dijeron lo que yo dije: "el kéfir no es para mí", encuentren también su forma de sanar con gusto.
Y digan: "Este sí es MiKefir."